Capítulo 2
"Y comienzo a escribir"
Nath
Tal vez era una mala idea, me vería muy rogón, o de plano,
podría verme demasiado encimoso, tenia en mi mano mi celular, con el numero de
Mila en la pantalla, mi dedo pulgar dudaba en ejercer fuerza en el pequeño
botón verde para llamar.
Mire la hora, eran las cuatro de la mañana, seguramente
estaría durmiendo, podía imaginármela, viéndose indefensa, como una muñeca de
porcelana, frágil y pálida a la luz de la luna.
Era difícil, mi prima me había dicho que Milagros era rara,
incluso unos cuantos amigos que la conocieron en la universidad me lo habían
repetido, y tal vez, en efecto lo era, sabía que ella no era la persona mas
estable del mundo, pero por alguna extraña razón, me sentía con la necesidad de
entrar a su vida, de entrar al lugar que ningún otro hombre haya podido antes.
Había conocido a Milagros cuando se graduó de la
universidad, había estudiado fotografía, tenía un don increíble desde entonces,
había acompañado a mi amigo Fernando, también amigo de Milagros, el me la
presentó, y bueno desde esa noche no he dejado de pensarla, han pasado solo dos
años, ella consiguió un empleo en una revista, se encarga de fotografiar, todo
lo que le pidan, suele detestarlo, siempre ha querido algo más, anoche me lo
había confesado, ella miraba mas allá que todos los demás, las fotografías que
tomaba por su empleo no le eran satisfactorias, por que para ella no
demostraban nada.
Suspiré y deje el
celular a un lado, eran las cuatro de la mañana, mi turno en el hospital
empezaba a las once, tendría algún tiempo para dormir, así que suspiré, abrí la
cama, y al estar con los ojos soñolientos me puse a pensar, en Milagros, ojos
grises, Milagros, Milagros y solo Milagros…
Milagros.
El día estaba más que aburrido en la oficina, había llegado
temprano después de haber tenido una noche pesada, no había dormido nada. Hoy
no me habían encargado nada más que editar, quería salir y fotografiar, pero
Barbara estaba esperando las fotografías de Nath, las cuales me las había
pasado arreglando toda la mañana y aun no terminaba.
Mire las fotos por segunda vez, Nath era un chico guapo,
posiblemente tenia todo lo que podía necesitar, nuestra relación era confusa,
el me gustaba, desde que nos habíamos conocido, y yo, a el, o eso imaginaba,
pero con mis inofensivas coqueterías no
lograba que me marcara después de salir, haciéndome dudar si se la había pasado
bien, o mal. Me dejaba con la duda, y un sentimiento terrible de preocupación.
Pero esa era su costumbre, salíamos una vez y dejaba de saber de el por unas
semanas.
Suspiré y continue editando las fotos en la inservible
maquina de mi escritorio. Todos estaban
muy callados en la oficina, eso era lo que provocaba a la hora de la
edición del mes. La mayoría de editores, estaban apurados escribiendo o
diseñando la revista, trabajaba en una revista de moda, no era mi sueño
trabajar en “teens choice” una revista para adolescentes. Pero por ahora, era
lo que había podido encontrar, un trabajo lo suficientemente bueno para pagar
mis rentas, salir, comprarme mis materiales, por ahora me conformaba.
Después de un rato sin despegar la vista de la computadora,
editar las fotos de Nath, y enviárselas
a Bárbara, había quedado en el pasado.
Cuando terminé me puse a hacer planes, podía pasar el resto
de la tarde en mi librería favorita, a unas calles del zocalo de la ciudad, o
podía ir a mi casa, a escribir, o podía organizar algo con los chicos del
trabajo, podía hacer lo que quisiera, tal vez eso era lo bueno de crecer,
hacerte responsable de ti mismo.
Despues de presionar “enviar” apagé la computadora con un
rapidez impresionante, tome mi bolso, y estaba a punto de salir de la oficina
cuando David me tomo del brazo justo cuando iba a tocar la puerta del elevador.
-Milagros- me dio la
vuelta ligeramente para vernos la cara, yo en respuesta le sonreí y me solte
con delicadez.
-David, que gusto - le di un rápido choque de mejillas. -¿En
que puedo ayudarte? – lo mire de arriba abajo, un rubio cara de muñeco,
demasiada perfección para mi gusto, lo que lo hacia aburrido.
- Bueno, solo me preguntaba…
– cuando se llevo el brazo derecho a la cabeza y se rasco la nuca supe
inmediatamente cuáles eran sus intenciones, y entonces ya sabia como evitarlas,
- es decir, quería preguntarte algo… - entonces me fijé que David mirara que
rápidamente miraba la hora de mi reloj, puse una expresión de incredulidad y
proseguí con mi bateo mode on.
- Vaya, se me hace tardísimo – toque muchas veces la puerta
del elevador – De verdad, sería mejor dejar la plática para otra ocasión, tengo
otro compromiso – la puerta del elevador se abrió de golpe y en segundos estaba
dentro, presionando muchas veces el piso uno mientras evitaba ver la cara del
chico con la boca abierta.
Cuando el elevador comenzó a bajar, reí. Me miré en el
espejo, como buena fotógrafa, mis ojos, color a lo que yo les llamaba “nube
tormenta”, tenían unas horribles bolsas
oscuras abajo por consecuencia de no dormir, entonces volví a recordar a David.
Si, yo, Milagros había dejado hablando solo al dulce y
cotizado David.
Pero al parecer las novedades en mi vida no existían.
No supe exactamente
como perdí el tiempo cuando salí de la oficina, había enviado las fotografías a
las dos de la tarde, y había salido huyendo cinco minutos después, no sabía,
pero al final había decidido ir a la biblioteca municipal, estaba buscando unos
libros de cocina, mi poca experiencia había resultado fatal desde que vivía
sola, me alimentaba de comida enlatada y comida rápida, de alguna manera
extrañaba el rico olor de la cocina de mi madre, tenía un toque único, tenía que adorar su
comida, y por supuesto que lo hacía, ella tenia un don en la cocina, cosa que
yo no había heredado de ella, tal vez sus ojos, la expresión tan carismática
que ella solía tener al dedicarte la sonrisa seguida por un beso en la mejilla,
esa expresión de los ojos yo la había heredado,
también su pequeña cintura,
envidiada en sus buenos tiempos, y sus labios que a mi parecer eran enormes, y
de mi padre… bueno no lo sabía, mi madre siempre me dijo que mi carácter era el
mismo, jamás pude saber que tan bueno o malo era, pero el hecho de saber que
tenia algo parecido a el, me era suficiente.
Me tomo unos segundos volver a la realidad gracias al
ruido del golpe de algo en la biblioteca, amaba los libros, y la biblioteca municipal
era especial, no mi favorita, pero el silencio era increíble, no creía que
existiera un cementerio mas bello que los libros de esta, los estantes podrían
haber sido tan viejos como la construcción, construida tal vez hace no mas de
un siglo. Había tomado años construirla, abarcaba una manzana completa.
Vagé por la biblioteca tal vez horas, llevaba en mis manos
cuatro libros de cocina, me los llevaría a casa, la biblioteca me los rentaba
por una semana completa, lo suficiente para anotar las recetas que necesitaba y
quería probar.
Camine un rato hasta llegar a los libros de la lengua para
muchos desconocía, llenos de poesía y un sin mar de sentimientos en hojas de
papel, me detuve en un libro, lo abrí y leí cualquier línea “El Odio es un borracho al fondo de una
taberna, que constantemente renueva su sed con la bebida.”
-Charles Baudelaire- dijo una voz al fondo del pasillo, al
escucharla después de todo el silencio, me dio un pequeño susto con el cual di
un brinquito desequilibrando mis brazos,
y los libros de cocina y el libro de poesía que estaba leyendo, cayeron
ruidosamente en el piso.
Miré hacia la esquina del estante, era un chico, me miraba
con diversión y con una sonrisa burlona, me lo quede mirando por unos segundos,
enojada. Luego me agache y comencé a tomar los libros.
-Deja ayudarte- dijo de nuevo, y camino hacia mí tomando los
libros con más rapidez que yo, me levanté y el me siguió, me tendió los libros,
incluso el de poesía.
-¿Puedo ayudarte en algo? – le pregunté al fin viéndolo de
cerca, el solo rió y alzo los hombros, volviendo su mirada al estante de libros
alfrente de nosotros.
-¡Ah qué grande es el
mundo a la luz de las lámparas! ¡Y qué
pequeño es a los ojos del recuerdo! – después de recitar ese fragmento me
volvió a mirar. – El libro que tenias en las manos… Charles Baudelaire, mi
poeta favorito.
Bajé la mirada hacia el libro, y en efecto, era un pequeño
libro de bolsillo, de pasta gruesa con el nombre del autor en grande.
No se como fue que paso lo siguiente, pero al mirar de nuevo
al chico tuve un sentimiento extraño. Como aquel que sientes cuando algo te va a pasar, no era
angustia, ni miedo, ni emoción, tal vez ansias, no entendí el sentimiento por
los siguientes segundos hasta que el chico me tendió la mano sonriendo.
-Me llamo Leónidas, dime Leo- me sonrió, le respondí
mirándolo a los ojos, del mismo color que los míos acompañados por un cabello
tan negro como el carbón.
Lo siguiente que pasó lo llamé como “la oportunidad para
escribir un nuevo capítulo en mi vida”, pero definitivamente las ansias se
habían acumulado cuando después de eso el me pregunto mi nombre, y con las
mejillas encendidas y apretando el libro de poesía contra mi pecho le respondí.
-Llámame Mila.
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